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"Sobre el centenario de Miguel Hernández", por José Carlos Rovira

El problema inicial no es qué estamos haciendo en este centenario, sino las razones por las que lo hacemos. Insisto siempre en tres valores para explicar el sentido de esta conmemoración y los resumo en «Miguel Hernández, poeta universal, poeta necesario y poeta de la memoria».

Lo de poeta universal tiene que ver con el papel principal que cada creador asume ante sus contemporáneos y ante la posteridad. Y Hernández es sin duda una lección de universalidad por múltiples razones que sintetizo: ¿qué es lo que hace de Hernández un poeta ejemplar de la tradición? Sabemos que Hernández no es un poeta de formación, diríamos ahora, reglada, normativa; sabemos que es un autodidacta que mantiene con la escuela, con la elemental además, una relación fugaz; sabemos que muy pronto se vincula al mundo cultural de Orihuela. Antes de que el poeta vaya a Madrid, en 1931, antes de que conozca un ambiente propicio para presentarse y acrecentar su poesía, antes de conocer, a través inicialmente de los ojos de otros, la vida cultural de la edad de plata de nuestra literatura, el joven Hernández está queriendo ser poeta y está haciendo todo lo posible para serlo, a trompicones con el lenguaje y los versos, en paciente aprendizaje de la palabra y la poesía, en sorprendida lectura de lo que están haciendo los contemporáneos, los más inmediatos, y los clásicos.

De aquel esfuerzo que va desde 1925 a 1933 o 1934 surge un poeta afincado en el clasicismo virgiliano, en el renacimiento de San Juan de la Cruz, en el barroco esencial de nuestra literatura, en la tradición de Góngora y Quevedo, en el barroco teatral de Calderón y, más tarde, en la imitación de Lope de Vega.

Es a través de estos autores como va afirmado su clasicidad originaria, al tiempo que el poeta mira a los más próximos e incluso a los contemporáneos: de Rubén Darío a Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén hay un impetuoso aprendizaje e imitación de lo clásico y lo contemporáneo. Perito en lunas fue en 1933 la primera sorpresa literaria.

La modernidad la alcanzará en Madrid en contacto con autores que se llaman Vicente Aleixandre o Pablo Neruda, mientras escribe un poemario que fue su primer aldabonazo literario: El rayo que no cesa. Junto al tiempo de escritura de éste aterriza en el lenguaje de las vanguardias, mientras los acontecimientos históricos perfilan una nueva creación que tendrá la historia, la historia más desdichada de este país, como base y lamento, como impulso épico y atenuación del mismo por el dolor, en el tránsito de Viento del pueblo a El hombre acecha, donde creo que encuentra la mejor poesía de la guerra civil, en la que Hernández adquiere, también con el resto de su escritura, el rasgo de poeta necesario.

Lo de poeta necesario se lo tomo prestado a Antonio Buero Vallejo, quien decía: «Para mí es Miguel Hernández un poeta necesario, eso que muy pocos poetas, incluso grandes poetas, logran ser. La más honda intuición de la vida, del amor y de la muerte brota de su fuente como de esas otras pocas fuentes sin las que no sabríamos pasar y que se llaman Manrique, o San Juan de la Cruz, o Fray Luis, o Machado…».

Y el poeta necesario adquiere, al final de aquel episodio bélico y en la sucesiva posguerra, la tercera condición esencial, la de poeta de la memoria, de la memoria histórica de este país. Y es una condición inevitable que tiene uno de los más bellos y terribles libros de la poesía española del siglo XX, aquel, inacabado, resuelto en papeles desordenados que están en su archivo, que conocemos como Cancionero y romancero de ausencias, obra con la que inaugura el autobiografismo de la poesía de la posguerra. Lo de poeta de la memoria lo digo siempre utilizando un sentido que un viejo maestro italiano, maestro del hermetismo crítico y poético, llamado Oreste Macrí, creó en 1960: «Pocos son los momentos -decía Macrí- en los que hay una coincidencia entre la historia de la poesía y la historia de la lucha por la libertad: el viento y la cárcel de Hernández son uno de ellos. Sirvan de ejemplo para la juventud».

En la raíz del canto antifascista y resistente europeo es donde situamos a este poeta, que fue un gran poeta, universal, necesario y de la memoria, y para mí son imprescindibles los tres sentidos juntos, aunque siempre destaquemos necesariamente su condición de poeta universal. Y éste es el sentido de la conmemoración en la que estamos trabajando desde hace meses: es ése el poeta al que estamos conmemorando y estoy seguro que de esta gran celebración saldrá una nueva dimensión y aprecio sobre él.

José Carlos Rovira. Presidente del Comité Ejecutivo del Año Hernandiano.

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